No creo que lo conozca de nada, pero él me habla como si fuera su madre. Me pone de mal humor verlo aquí todos los días. ¿No tiene nada que hacer? Ya quisiera poder salir de aquí e irme a casa de Eloísa, seguro que estará esperándome, le prometí que le ayudaría a hacer la tarta de cumpleaños. Le vamos a dar una sorpresa a su hermano Luis. Lo tenemos todo preparado, hemos empaquetado los regalos y por fin le escribí la tarjeta de cumpleaños. Espero que le guste mi dedicatoria y que por fin le quede claro que estoy loca por él.
Luis dejó de quererme. Lo sé porque ya no recibo sus cartas. Recibía una carta al mes. Al llegar del instituto, no era capaz de contener la emoción cuando al entrar al recibidor de casa me encontraba con aquel sobre blanco con bordes en azul y rojo. Los sellos ocupaban la mitad del sobre. Dejó de quererme porque nos fuimos del pueblo, todo por culpa de mi madre, la odio por eso. Me alejó del amor más hermoso y puro que he podido tener.
Las vistas hacia ese lago son preciosas, me recuerdan al lago que visitamos en Berlín, ese viaje fue maravilloso, el viaje de fin de curso y el primer beso con Carlos. Jamás pensé que nos casaríamos después de acabar la carrera. Y eso que mi padre lo detestaba, decía que un hombre de verdad no podía llevar melena.
No entiendo por qué me mira ese chico. Viene hacia aquí. Su cara me resulta tan familiar. Esos ojos son… – Mamá, he venido con tu nieta ¿te acuerdas de Elba?
Un nudo me aprieta la garganta, no puedo contener la emoción, no soy capaz de articular palabra alguna. Todos los temores de mi juventud y gran parte de mi adultez recorren hasta el último poro de mi piel, siento escalofríos y ansiedad. Rompo a llorar y le abrazo, quiero retener dentro de mi ser, y todo el tiempo que mi cabeza me lo permita, su olor, su ternura y su voz. En este pequeño momento de lucidez quiero asegurarme de no olvidar, quiero disfrutar de este presente, del hijo tan maravilloso que me ha dado la vida, de mi nieta y recordar que a veces olvido sin recordar.