
Dos veces durante la noche me he despertado con la cabeza dándome vueltas y no solo por culpa del tequila ¿Cómo he podido caer tan bajo? ¿por qué cada sorbo de chupito, que me desgarraba las entrañas, me acercaba más a ella? La intención era despedirme, alejarme definitivamente de esa vida que me estaba matando. Sin embargo la noche se alargaba hundiéndome en sus abrazos, bebiéndome sus besos y emborrachándome de pena.
La decisión estaba tomada, pensé que podía disfrutar de lo poco que me daba, me engañaba creyendo que lo era todo sin importar quién compartía su día a día y disfrutaba de su presencia, sus elocuencias o su risa. Cuán engañada estaba, cuánto daño me estaba haciendo a mi misma. Viviendo en una burbuja de enamoramiento no recíproco.
¿qué nos lleva a ser infieles? ¿qué nos lleva a aceptar ser el amante de otra persona?
De eso hace tantos años que no entiendo que mi mente quiera analizar esa experiencia con estos ojos que se enfrentan a una nueva derrota. Siempre buscando en el fuero interno las razones de mis actos como si pudiera hallar explicaciones razonadas o científicas a las emociones o reacciones de la “sin razón”. Quizás sea esta mudanza, quizás llenar cajas con todos mis recuerdos me ha llevado a revivir viejas historias, viejos recuerdos, viejos dolores. Romper con la rutina, salir de la zona de confort, aunque haya sido decisión propia, me está arrastrando a un desequilibrio emocional que me lleva a reflexionar sobre todo. Y realmente, cuando la decisión ya está tomada, no tiene ningún sentido cuestionar una vuelta atrás. Dicen que los años son sabios y que con el paso del tiempo se aprende de las equivocaciones, a veces parece que la vida te coloca en una encrucijada en la que sientes que experimentas un dejavú de las experiencias ya pasadas pero vistas con otra óptica.